Orar
Unidas en caridad
UNIDAS EN CARIDAD

Si ciertamente la cuaresma se caracteriza por la triada oración-ayuno-caridad, reflexionemos ahora especialmente en esta última que es el fin del camino cuaresmal y de toda nuestra vida.

Leemos en los primeros textos de nuestra espiritualidad: el comienzo de la Protorregla y de la primera redacción de la Regla:

    • “Ante todo, Hermanos carísimos, no olvidéis que es preciso conocer y observar con suma diligencia los mandamientos de Dios, de manera que, amando a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas, y al prójimo como nosotros mismos, podáis conseguir el fruto de la vida eterna. En efecto el motivo por el cual hemos sido reunidos es el de practicar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y ser un solo corazón y una sola alma en Dios nuestro Señor”…(I Rg, 1).
Y anteriormente, ya en la Protorregla teníamos expresado:
    • “Sobre todas las cosas, unidos en Espíritu Santo y en devoción, tenemos que vivir unidamente en una voz y en una misma forma, y según el santo Evangelio de nuestro creador y salvador Jesucristo. En todos nuestros conventos haya entre todos una voluntad, un corazón y un alma” (Protorregla, 1)
Creo que aquí está la clave: el motivo de reunirnos en comunidad al estilo de los primitivos cristianos con un solo corazón y una sola alma… (Cf Hch 2,44). Y precisamente para llegar a conseguir el fin de toda vida religiosa: la caridad y que nosotros tenemos como emblema de la Orden “Charitas”.
En esta Cuaresma, pues, vamos a centrarnos en lo esencial: la caridad. El ardiente amor a Dios renovado en cada momento, mirando a la primera llamada, al deseo de santidad que nos trajo al convento…a tener a Dios en el centro de nuestra vida como lo único absoluto y a vivir con estilo evangélico la comunión fraterna. Caminemos cada día en hacernos más hermanas hasta llegar a formar una auténtica fraternidad. Esto implica un camino arduo de penitencia cuaresmal donde el “yo” sea realmente destituido para mirar siempre al “Tú”, primero con mayúscula y a la par al “tú humano”, a la hermana que tengo a mi lado porque el Señor me la ha puesto para vivir la caridad. La hermana con la que compartimos una misma vocación, un mismo carisma, como regalo de Dios. La hermana que Dios pone a mi lado para caminar y avanzar juntas y concordes en el camino de la santidad. Bellamente nos lo expresan la Verbi Sponsa y el Documento “Vida fraterna en comunidad:
    • “La misma vida contemplativa es, pues, su modo característico de ser Iglesia, de realizar en ella la comunión, de cumplir una misión en beneficio de toda la Iglesia… La comunidad de clausura es además una óptima escuela de vida fraterna, expresión de auténtica comunión y fuerza que lleva a la comunión. Gracias al amor recíproco, la vida fraterna es el espacio teologal el que se experimenta la presencia mística del Señor resucitado: en espíritu de comunión, las monjas comparten la gracia de la misma vocación con los miembros de su propia comunidad, ayudándose recíprocamente para caminar unidas y avanzar juntas, concordes y unánimes, hacia el Señor”. ( VS 6)
    • “Particularmente significativo es el testimonio ofrecido por los contemplativos y las contemplativas. Para ellos la vida fraterna tiene dimensiones más amplias y profundas derivadas de la exigencia fundamental en esta especial vocación, es decir, la búsqueda de Dios solo en el silencio y en la oración.
    • Su continua atención a Dios hace más delicada y respetuosa la atención a los otros miembros de la comunidad, y la contemplación se convierte en una fuerza liberadora de toda forma de egoísmo.
    • La vida fraterna en común, en un monasterio, está llamada a ser signo vivo del misterio de la Iglesia: cuanto más grande es el misterio de gracia, tanto más rico es el fruto de la salvación. De este modo, el Espíritu del Señor, que reunió a los primeros creyentes y que continuamente congrega a la Iglesia en una sola familia, convoca también y alimenta las familias religiosas que, a través de sus comunidades esparcidas por toda la tierra, tienen la misión de ser signos particularmente legibles de la íntima comunión que anima y constituye a la Iglesia, y de ser apoyo para la realización del plan de Dios”. (Vida Fraterna 10).
Somos iglesia, fraternidad, reunidas por el Señor cuyo Espíritu nos une entrelazando los corazones y la hermana es para mí un don que me libera de mi egoísmo, me ayuda a olvidarme de mí misma y me da la oportunidad de expresar plenamente el amor de Dios. Cuando vivimos intensamente esta comunión de vida con las hermanas se hace más fácil la oración contemplativa, se gusta del silencio, salen espontáneas la sencillez y la alegría como fruto del carisma.… y a la vez la intensa y profunda unión con Dios impulsa a respetar y acoger a la hermana, viviendo una verdadera comunión fraterna que hace feliz la vida religiosa como anticipo de la gloria eterna.

Aprovechemos este tiempo de gracia, esta ocasión de caminar cada día de bien en mejor dando frutos de caridad, avanzando unidas hacia la Pascua definitiva mientras damos testimonio ya en esta vida de la presencia de Cristo Resucitado.
Sor Magdalena Lopez