Orar
Quiero misericordia y no sacrificios
OFRECEMOS UNAS PAUTAS REFLEXIVAS EN ESTE COMIENZO DE CUARESMA DESEANDO QUE LA GRACIA PENETRE EN EL CORAZÓN DE TODOS. QUE EL SILENCIO ORANTE FECUNDE ESTAS LÍNEAS Y HAGA NUESTRAS VIDAS AGRADABLES A DIOS.

“Quiero misericordia y no sacrificios” (Mt 9,13 y 12,7)

Se acerca nuevamente este tiempo de gracia, la cuaresma, tiempo tan peculiar para nosotras Mínimas, con un carisma particular de vida cuaresmal. Quisiera compartir unas breves ideas que nos refuercen en nuestro caminar.
“Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6,6). Reflexionando sobre esta frase del profeta Oseas y que luego nos recuerda Cristo en el Evangelio de Mateo:
En primer lugar misericordia es una palabra que propiamente le corresponde a Dios con respecto a nosotros, que nos ama siendo nosotros pecadores. Pero también yo participo de esta misericordia de Dios con respecto a mí misma y respecto al prójimo.

La mayor misericordia que puedo tener conmigo misma es precisamente ofrecer la vida en sacrificio, como nos dice San Pablo hacer de toda nuestra vida una entrega sacrificial santa y agradable a Dios (cfr Rom 12,1). Y no se contradice en absoluto con: Quiero misericordia, y no sacrificios, porque este “sacrificio” se refiere a actos vacíos de contenido. Y aunque hagamos muchas cosas, o creamos cumplir con todo lo mandado, si está vacío, no es el sacrificio que Dios quiere. Las dos cosas deben ir juntas: misericordia y sacrificio. Amor de misericordia que hace que nos sacrifiquemos por los demás y que nos entreguemos más a Dios.

¿Cuál es pues el sacrificio que Dios quiere? “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias” (Salmo 50).

El don de la misericordia viene derramado en quien recibe a Dios con un corazón quebrantado humillado, un corazón humilde que reconoce su culpa y se pone de cara a Dios en una actitud de conversión constante.
La verdadera contrición y humildad nacen de un quebranto del corazón, fruto de una manifestación de la grandeza de Dios, que pone en evidencia nuestra pequeñez y pobreza. Es la grandeza de Dios derramada la que genera en el hombre contrición y humildad.

Cuando uno baja al propio corazón y reconoce su pecado, -sin ocultarlo ni justificarlo- Dios viene a su encuentro para revelarle su amor, se produce un rompimiento del corazón y ante la grandeza de Dios aparece, desde lo más profundo de nosotros, lo mejor que tenemos para dar. La contrición y la humildad como fruto de la grandeza de Dios que rompe el corazón endurecido, permite que desde dentro aparezca lo que estaba escondido. Un corazón roto, humilde y contrito, aceptándose como es, en la presencia de Dios. De este modo, Jesús nos conduce a una transformación de vida, a una metanoia, esto es, una conversión, un cambio desde lo profundo, de raíz, de corazón, de centralidad de vida. No es un cambio cualquiera lo que busca el Señor sino un cambio de mentalidad que nos lleva a la verdadera caridad. Y entonces ha sucedido lo que nos dice el Señor en Ezequiel (11,19) os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Dios toma la iniciativa, quiere lo que está dentro, no cosas externas, quiere tu corazón. Un corazón purificado capaz de un perfecto sacrificio porque está lleno de misericordia. Misericordia para con los demás que comienza por un comprender y amar, de tal manera, que nunca juzga al hermano y siempre se traduce en una ayuda mutua donde a cada uno se le facilite el vivir el camino evangélico, ayudándonos en el caminar a la santidad.
 Y aquí vendría muy bien señalar lo que el Papa nos indica en su mensaje de Cuaresma de este año:

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual....un aspecto de la vida cristiana..: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. (Mensaje de Benedicto XVI que se puede descargar desde nuestra web), corrección fraterna, en la que se manifiesta un particular amor hasta querer ayudar a la hermana a su santificación.

Resumiendo un poco, no se trata de hacer sacrificios vacíos, sino de ofrecer toda la vida en sacrificio, entregar la propia vida como Jesús y participar así de su misericordia para con nosotras mismas y para con todos. Conocimiento de Dios mediante la lectura de su Palabra, fecundada en la oración y hecha vida en nuestro entorno, derramando misericordia: comprensión, bondad, amor verdadero.
En esta Cuaresma, secundando los deseos del Papa: renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Que sea un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Sor Magdalena López, Monja Mínima de Daimiel
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