Orar
Sólo Tú

¡SOLO TÚ!

Sólo Tu, Señor, el resto nada importa.
Nada importa el correr vertiginoso de los días
tejiendo entre sus hilos nuestra historia,
guardando entre sus pliegues realidades
de amor y de dolor con que se forja.
No importa, Señor, pues sobre todo,
reposa tu mirada silenciosa.
Tu guardas y sostienes nuestra vida,
Tu guías los destinos de la historia,
Tu sostienes el tiempo desde dentro,
Tu das vida al fuego y a la escoria,
Tu eres centro al que gravita y tiende
el impaciente aspirar de nuestras horas.
En Ti siempre es presente lo que cambia,
en Ti, plenitud lo que termina,
en Ti es eterno cuanto existe
y encuentra inmensidad cuanto germina.
Tu llenas con tu paz mi ser entero,
pues sé que estás, Señor, en cada cosa,
en cada ser que alienta Tu eres vida
y eres Tu quien nos habla en cada aurora
que nos trae el mensaje siempre nuevo
de tu amor que nos llama y nos desborda.
Y no importa, Señor, que pueda a veces
ocultar su brillo el sol tras las montañas,
y eclipsar el destello de sus rayos
tras los riscos y peñas escarpadas,
porque yo sé, Señor, que Tu estás dentro,
oculto en lo profundo de mi alma,
allá, en lo más hondo de su abismo
donde la luz se hace luz más clara,
donde no hay tiniebla ni penumbra,
donde sólo resuena tu palabra.
Y aunque pase tal vez ante mis ojos
la brisa, o la tormenta que debasta,
despacio, en un susurro, iré diciendo:
“Si Dios es siempre Dios... no importa nada”.
No importa, Señor, si la belleza
que mis ojos hoy ven se deformara,
o si allá donde buscare fresca sombra
encontrase tal vez seca hojarasca.
Ni importa, Señor, mi pequeñez,
mi miseria y pobreza, pues me basta
saber que tu inmensidad supera
lo que mi imaginación pensara,
que tu eterna bondad sea mayor
que cuanto mi mente a desear llegara;
sabiendo que Tu eres Dios... no importa nada.
Tu solo siempre, Señor, y tu esperanza
la llovizna fresca que a mis tierras baja,
la ilusión y el fuego que enciendan mi lámpara,
el calor y el Norte que alienten mi alma.
Tu hermosura el gozo que inunde mis playas,
tu amor, fuente eterna que sustenta y guarda
mi vida, mi anhelo, mi ser, mi sustancia.
Y en tu mar inmenso, de todo olvidada,
quede mi barquilla perdida en sus aguas,
y allí, en el silencio de todo temor,
de toda añoranza, se grabe en mi alma
como un estribillo, como una tonada:
“¡Si Dios siempre es Dios... ya no importa nada!”

S. M. I.