LA CONTEMPLACION DE LA NAVIDAD CON LA VENERABLE SOR FILOMENA
Ninguna fiesta como la Navidad pone ante nuestros ojos de un modo tan patente, el amor de Dios hacia el hombre. Dios se acerca, y sin esperar que el hombre vaya hacia él, sale a su encuentro despojado de la majestad, del poder y la inmensidad que le son propias. Viene a nosotros en la pequeñez de un Niño recién nacido... Ahora podemos decir con verdad que Dios nos mira con ojos humanos, que siente con corazón humano y que nos ama con corazón humano porque ciertamente Dios al encarnarse ama y siente con un corazón de hombre. Este misterio en el que tantos santos se han abismado contemplando la grandeza inconmensurable de este amor de Dios ha deslumbrado también el alma y la mente de nuestra hermana la Vble. Sor Filomena Ferrer. Ella, hija fiel de San Francisco de Paula, había penetrado profundamente en el misterio del anonadamiento del Verbo, eje de la espiritualidad mínima; por eso, habiendo sido elegida por Dios como instrumento suyo para difundir el amor y veneración a su Corazón, vivió identificada con este amor de Dios que por amor al hombre “se despojó de su rango” como nos dice San Pablo y así lo transmitía a quien entraba en relación con ella. Nos lo testifican las palabras que dirigía a sus padres en una carta la Navidad del 1865: “En este Niño está encerrada la esencia y omnipotencia de todo un Dios”. Ciertamente en el Verbo hecho carne, el amor de Dios se hace presente en el mundo en el pequeño cuerpo de un niño, débil, necesitado, indefenso, en el que sin embargo subyace la majestad y el poder de un Dios infinito y eterno. Ese corazón de Cristo que, llegada la hora suprema de ofrecer su vida en la cruz se nos mostrará abierto por la lanza, comienza ahora a latir y a atraernos a sí para comunicarnos su misma vida Ante esta manifestación del amor de Dios su alma rebosaba de gozo: “qué grandes han de ser los júbilos de nuestra alma por el nacimiento del que es su Redención.... ese es el día feliz para el género humano”. Por ello a imitación del Dios que se despoja de su majestad deseaba “vaciar su corazón de todo terreno afecto para que en él pueda entrar el verdadero Sol de Justicia, Cristo Jesús”. El amor que desciende, que se abaja, que se despoja, fue el objeto de su contemplación y con el que como mínima buscó identificarse día a día viviendo en una profunda humildad ante Dios, ante las hermanas y ante sí misma. Este camino espiritual ella nos lo muestra fácil y seguro para que se haga realidad ya en nuestra vida aquella felicidad a la que aspiramos: “Ese Niño nos dice desde el pesebre yo soy la vida, verdad y camino; el que me seguirá no andará en tinieblas mas abundará en luces y salvará su alma poseyendo vida eterna”. Para saber más sobre la Venerable: www.minimas.org/huella.asp?idh=2
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