TEOLOGÍA DE LA TERNURA
Contemplando el misterio de Navidad hay una palabra que nos viene espontánea: ternura. En un discurso del Papa Francisco hace dos años, nos decía que una revolución de la ternura nos salvará, y hablaba de la teología de la ternura. Y esta ternura consiste en el amor que Dios nos tiene y nos comunica por el Espíritu Santo para transformarnos y convertirnos al Evangelio de Jesucristo, para que seamos luz para los demás. Y tiene dos dimensiones importantes: la belleza de sentirnos amados por Dios y la belleza de sentir que amamos en nombre de Dios.
La ternura puede indicar precisamente nuestra forma de recibir la misericordia divina. La ternura nos revela el rostro de un Dios enamorado del hombre, que nos ama con un amor infinitamente más grande que el de una madre por su propio hijo (cf. Is 49,15). Pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, estamos seguros de que Dios está cerca, compasivo, hasta conmoverse por nosotros. La ternura es el antídoto contra el miedo con respecto a Dios, porque “en el amor no hay temor” (1 Jn 4,18), porque la confianza supera el miedo. Sentirse amado, por lo tanto, significa aprender a confiar en Dios, pues “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, caminan sin fatigarse” (Is 40,31).
Y como respuesta, sentir que podemos amar. Cuando nos sentimos verdaderamente amados, estamos inclinados a amar. Por otro lado, si Dios es ternura infinita, también el hombre, creado a su imagen, es capaz de ternura… La ternura de Dios nos lleva a entender que el amor es el significado de la vida. Y nos sentimos llamados a derramar en el mundo el amor recibido del Señor, a expresarlo en la comunidad, a repartirlo en el servicio y la entrega. Todo esto no por deber, sino por amor, por amor a Aquel por quien somos tiernamente amados y que nos invita a transformar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, a apasionarnos por Dios. Y por el hombre, por amor de Dios.
Esa ternura que experimentamos fácilmente ante el Niño Dios en el Belén y que hemos de vivir profundamente ante el prójimo necesitado de mi ayuda, una ternura para todo el que me rodea… El mundo se transformaría si realmente así lo viviéramos.
Que en esta Navidad tan particular para todos, la Virgen nos ayude a vivir una fe consciente, ardiente de amor y esperanza; que doblemos nuestras rodillas ante el Dios hecho Niño tocados y heridos por su divino amor.
¡Feliz Navidad!
Sor Magdalena López O.M.
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