ADVIENTO – NAVIDAD 2011
¡ Oh si tú rasgases el cielo y bajases…! (Is. 63, 19)
Siempre, pero especialmente durante estas semanas, junto con la liturgia, desde el fondo del corazón, cada creyente clamamos junto con el profeta Isaías: “¡Oh, si tu rasgases el cielo y bajases!”. Sí, este es nuestro anhelo, el que todos, aunque no lo sepamos, o no queramos reconocerlo, llevamos dentro de nosotros “¡Sí Tú bajases...! los montes se derretirían en tu presencia,....” los montes de nuestras dificultades, de nuestras impotencias, de todo aquello que nos sobrepasa, de todo lo que nos resulta insuperable… ¡Si tu bajases...! ¡contigo todo se solucionaría...! Y Dios realmente baja, baja a nuestra debilidad y a nuestra necesidad. Su Palabra omnipotente bajó desde su trono real, hasta nosotros y se hizo carne, porque El, nuestro Dios, es el que siempre viene, aunque no lo sepamos, aunque no lo notemos, aunque no lo veamos, pero El lo dijo, y cielo y tierra pasarán, pero su palabra no pasará: ¡Sí, yo vengo pronto.! El viene a nosotros siempre que lo invocamos. El vino y ahora lo vemos hecho Niño, indefenso, necesitado, ¿Quién tiene un Dios tan cercano como nuestro Dios? El es ahora, realmente un Niño en nuestros brazos, un niño que no sabe hablar. Y nosotros, ahora, sin temor a que nos deslumbre su resplandor, podemos ver cara a cara a nuestro Hacedor, nuestros ojos verán a nuestro Maestro y ya no nos sonrojaremos, porque El es uno de nosotros compartiendo la pobreza de nuestra carne, porque se ha hecho semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. El Dios grande, fuerte, omnipotente ha venido como niño y nos ha mostrado su corazón misericordioso, nos lo ha mostrado y nos lo ha abierto. El ha venido a buscar la oveja perdida, a abrazarla y cargarla sobre sus hombros, a sanar los corazones destrozados, a curar todas nuestras heridas, a fortalecer las manos débiles y las rodillas vacilantes. Ha venido a abrir de par en par las puertas al hijo que se marchó de casa y que vuelve a buscar pan y calor en el hogar paterno. Ha venido a mostrar todo su amor y su bondad para con nosotros, a proclamar el año de gracia del Señor. De este modo podemos ver a nuestro Dios, lleno de piedad hacia nosotros, sus hermanos. Y sin embargo seguimos preguntándonos ¿por qué, pues seguimos con nuestros problemas y nuestras luchas, en definitiva con nuestra propia muerte? Sí, esta pregunta nos martillea constantemente la mente angustiada por las dificultades de nuestra vida diaria, pero ahora desde que El vino, sabemos que no estamos solos, El nos lo ha dicho y por eso sabemos que nuestro Padre cuida de nuestras vidas como de los pájaros del cielo y de los lirios del campo y no nos deja nunca solos, sabemos que aunque a nuestros ojos no aparezca visiblemente, El nos guarda y ni un cabello de nuestra cabeza cae sin que El lo permita, sabemos que nos ama hasta el extremo y que nos ha dejado abierto su Corazón para que podamos entrar en El y en El hacer nuestra morada. En una palabra, ahora al hombre se le ha abierto una nueva dimensión, que nuestro sufrimiento, como el suyo y unido al suyo tiene un sentido, que nuestro dolor unido a su dolor, no es inútil y que todo cuanto hacemos y padecemos unido a El tiene un sentido y un valor que no acaba aquí en esta vida presente y caduca, porque El ha venido para llevarnos con El donde habita en una luz inaccesible. En una palabra, ahora sabemos que El está con nosotros porque es el ENMANUEL, ¡el Dios con nosotros!, el que ha rasgado el cielo y ha bajado para estar con los hijos de los hombres, para estar con nosotros hasta el fin del mundo.
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