LA VIDA ES PARA ENTREGARLA
Es Dios quien se acerca a nuestras vidas, es Él quien nos sostiene y nos habita, quien nos inspira y guía encauzando todo aquello que nos ha dado para su Gloria y salvación del mundo. El subfondo y sustrato de todo es el Amor de Dios. Y esta certeza es la que nos empuja y –de alguna manera- nos capacita para ofrecer la vida, para entregarla al servicio del Reino desde la más honda gratuidad.
Si podemos entregar nuestras vidas, es porque antes ALGUIEN la entregó por nosotros: ¡JESUCRISTO!, Él nos empuja ardientemente hacia la entrega, para que nos entreguemos con El por la salvación de los hermanos.
Sólo nos queda aceptar la invitación, como un día la aceptó y secundó Sor Consuelo. Ella percibió esa presencia amorosa de Dios y no cesó en su empeño por vivir en santidad; no le arredraron sus limitaciones y cansancios porque se mantuvo fiel a la Gracia recibida, la cual encontró acogida abierta en su corazón ardiente, dejándonos tras su paso -muy bien marcada- la generosidad de una vida entregada a Dios y a los hermanos:
“Yo os ofrezco mi pobre corazón y todo lo poco que soy y tengo; tomad posesión de ello y dignaos asentar vuestro trono, reinar y regir totalmente en este pobre corazón para siempre, en tiempo y en eternidad, pues yo solo aspiro a daros la mayor gloria posible cumpliendo en todas las cosas vuestra santísima Voluntad y dándoos gusto en todo cuanto pueda hacer para alegraros y desagraviaros de tantas injurias como recibís”
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