Tres afirmaciones altamente significativas remarcan la opción fundamental de Sor Consuelo a lo largo de su vida:
“Hábleme de Dios”,
“Quiero ser santa y una santa joven”
“Lo importante es gastarse por Cristo”
Adolescencia, juventud y madurez
quedan selladas por esa opción fundamental: DIOS.
ADOLESCENCIA: “¡Hábleme de Dios!”
Consuelito es jovial, viva y transparente. Hay algo en ella que la distingue de las demás niñas de su edad; un ‘algo’ que fluye espontáneamente al exterior y nos revela el don recibido de su particular inclinación hacia las cosas de Dios. Antes de hacer su primera comunión se quiso unir a las niñas que se preparaban para recibirla ese año a fin de conocer más a Jesús.
Ya en el comienzo de su adolescencia se acrecienta este peculiar deseo. Es significativo cómo a la edad de 13-14 años, de excursión con su colegio ‘la Divina Pastora’, en uno de los momentos de juego, ella se queda junto al Padre Marcial García, pasionista, que las acompañaba, y al preguntarle éste por qué no iba a jugar con las demás compañeras, le respondió con sencillez y firmeza: “Deje que ellas se diviertan, prefiero que usted me hable de Dios” Y estuvieron hablando de Dios mientras las demás bailaban.
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JUVENTUD: “Quiero ser santa y una santa joven”
Llegada la etapa juvenil, se acrecienta en la joven Consuelo un vivísimo deseo por alcanzar la santidad lo antes posible. A sus dieciocho años escribirá al P. Marcial: “Yo no quiero esto o aquello, sino lo que sea más del gusto de Jesús, lo que sirva para darle más gloria y hacerme más santa más deprisa”.
Junto a esta inclinación hacia las cosas de Dios, Consuelo constata su manera de ser a veces impulsiva y aferrada a su criterio. Acostumbrada a dejarse llevar de sus caprichos desde pequeña, Consuelo debe tomar una seria opción para dominar su fuerte carácter y luchar con firmeza para dirigir a Jesús y María la fuerza de su voluntad, a los que ama de corazón.
El amor a Dios y el empeño constante por la santidad fueron forjando en la joven Consuelo un espíritu firme, recio y decidido. Su singular espontaneidad al respecto es admirable: “Quiero ser santa y una santa joven. No me conformaré con ir despacio; he de ir deprisa por el camino de la perfección”. Es el momento de la determinación definitiva, de la opción fundamental. Consuelo centra su mirada en Aquel que plenifica su ser. Desde su relación personal con Cristo va descubriendo que Él la quiere para Sí, se sabe elegida y nota en su profundidad la exigencia de respuesta de vivir sólo para Él y opta libremente por abandonar todo para abrazar a quien es TODO.
Es ahora cuando ese ‘algo’ comienza a definirse en nuestra joven mínima y la impulsa a entregarse al Amor. Dios ha puesto en ella un deseo patente de santidad que poco a poco va impregnando toda su vida. La respuesta está pronta: “la belleza y la juventud han de ser para Dios”, ¿qué esperar?.
MADUREZ: “Lo importante es Gastarse por Cristo”
Es la última etapa de su corta existencia terrena. Consuelo, radiante de felicidad, abraza la vida Mínima de San Francisco de Paula porque quiere entregarse a Cristo en pobreza y austeridad. Al traspasar el umbral del Monasterio no pudo contener su gozo y pidió a las monjas: “Vayamos a cantar el Magnificat a la Virgen en acción de gracias. Cantemos, que es una gracia muy grande ésta que me ha hecho la Virgen. ¡Vamos a darle gracias!”. Estaba como fuera de sí, se la veía contenta y feliz
Con su forma propia de ser, supo empeñarse en el camino de la santidad sin otro objetivo que GASTARSE POR CRISTO y por los demás La radicalidad del lema de Sor Consuelo tiene su fuerza precisamente en que es una vivencia personal, un deseo hecho vida, y la realidad de un alma que ha experimentado la lucha diaria, que se ha tomado en serio la santidad, que probada por la enfermedad acrecienta heroicamente este deseo, que no cesa en su empeño y que desde una vida de entrega y fidelidad constante, se convierte finalmente en un auténtico testigo de Cristo.
Así es como Sor Consuelo, abierta plenamente a la acción del Divino Espíritu, hace su ofrenda victimal de amor y dolor en manos de María el 22 de agosto de 1954, día dedicado entonces a honrar su Corazón Inmaculado. Dos años de enfermedad purificadora en el cuerpo y en el espíritu la llevarán a la configuración con Cristo Crucificado. Pero para cerrar así su vida hicieron falta muchas horas de fidelidad callada y silenciosa, de vencimiento propio y de mortificación. Como el dorado grano de trigo, buscó el surco pobre y austero de la Orden Mínima y al calor de su lema CARIDAD, la bella espiga floreció fecunda en amor y virtudes para gloria de Dios, de la Iglesia y del mundo entero.
A los treinta y un años concluyó su peregrinación terrena, con sólo nueve años de permanencia en el monasterio. Pasados treinta y nueve años de su partida a la Casa Paterna, recibe de la Congregación para la Causa de los Santos el reconocimiento de haber vivido las virtudes evangélicas de una forma heroica a través del Decreto ‘Super Virtutibus’, que el Papa Juan Pablo II aprobó e hizo público el 15 de diciembre de 1994:
“El modelo de santidad en ella propuesto por la Iglesia, es de los más actuales e imitables, especialmente para la juventud, pura y generosa, así mismo para los consagrados al amor de Jesús y María, particularmente en la vida contemplativa”.
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