TESTIGO DEL EVANGELIO
Desde que comencé a acercarme a la figura de San Francisco de Paula, me impresionó su personalidad de "auténtico testigo del Evangelio" (Juan Pablo II), "hombre religioso y santo agradable y acepto a Dios" (Decet Nos) que, abierto a la acción del Espíritu y abismado en la contemplación del Verbo Encarnado, buscó únicamente vivir para Dios a través del camino de la "minimez."
Realmente, quien se acerca a él no cesa en su admiración, y, al mismo tiempo que se pregunta cómo es posible que después de cinco siglos pueda seguir vivo e irradiar tanta fuerza, encuentra prontamente la respuesta por la fuerza intrínseca de la verdad: Francisco de Paula vivió según Dios. Él fue, en efecto, durante toda su vida, un testigo auténtico del Evangelio, y lo transmitió a su paso con palabras y obras, y allá donde resuena la Palabra viva y siempre actual del Evangelio de Jesucristo, está Francisco y su mensaje de penitencia, de conversión, de radicalidad evangélica, de caridad, de autenticidad de vida, de empeño para programar las realidades de esta vida según el deseo de Dios.
Vivir según Dios: he aquí su anhelo constante y la roca donde comienza a edificarse la historia de su vocación.
Francisco de Paula, que se sabe llamado al servicio de Dios, acompañado del entusiasmo juvenil de su edad, se lanzó sin rodeos al seguimiento de Cristo, retirándose decididamente a la soledad para entregarse con mayor empeño y absoluta dedicación a Él. Nos descubre así su opción radical por el Evangelio de Cristo: vivirá siempre sumergido en la contemplación de las cosas divinas, y de su intensa vida de intimidad con Dios se mostrará en todo momento cercano a las necesidades de los hombres, sus hermanos, acogiéndolos con exquisita caridad e infundiendo en ellos paz, serenidad y deseo sincero de conversión.
Desde su profundo silencio interior vislumbró, a la luz del anonadamiento del Verbo Encarnado, el secreto de la penitencia evangélica entendida como conversión continua y sincera, como camino de constante vuelta a Dios hasta llegar a la configuración con Cristo Redentor, meta que por inspiración divina él se sentía impulsado a alcanzar.
Su incondicional disponibilidad y su respuesta plena a Dios, suscitaron enseguida seguidores entusiastas, atraídos por la autenticidad del Paulano, deseosos de cambiar de vida y optar por el Evangelio.
El joven ermitaño, cuyo único interés fue el de Aquel por quien había sido llamado, fiel a su propósito de actuar y moverse siempre según Dios, se dejó conducir por caminos insospechados. Así la ruta elegida por él de la soledad, silencio y ardua penitencia, se fue abriendo progresivamente a muchos otros que, impulsados por su ejemplo y modo de actuar, quisieron entregarse al Señor y vivir este seguimiento evangélico al estilo de Francisco, en su nuevo y peculiar camino de "minimez" y conversión al Evangelio; camino que hunde sus raíces en la contemplación del Verbo Encarnado. Se trata de un modo específico de entrar en la particular dinámica de la “metanoia”, de la penitencia evangélica, que al mismo tiempo que nos libera y despoja de nuestro hombre viejo, nos conduce a una progresiva configuración con Cristo Redentor, hasta hacernos llegar finalmente a la meta pascual, culmen de toda sincera y radical conversión.
Hoy como ayer, Francisco de Paula sigue convocando en torno a sí jóvenes entusiastas, deseosos de verdad y autenticidad; jóvenes que buscan un ideal por el que luchar para dar un sentido profundo a la misma existencia; jóvenes que desean consagrarse a alguien que pueda llenar sus vidas; jóvenes insatisfechos, que buscan el amor auténtico y lo descubren en Cristo, y deciden seguirlo por el camino angosto y estrecho de la lucha ascética cristiana.
En una palabra: jóvenes que han buscado sinceramente lo bueno, lo noble, lo justo, se han encontrado finalmente con su Señor, y le han dicho: "Aquí estoy, Señor, mándame."
Francisco de Paula, clarísimo testigo que supo hacer presentes a los hermanos de su siglo los valores esenciales de la vida. A lo largo de la historia, es la misma la Iglesia quien le presenta ante el mundo como ardentísimo imitador de nuestro "Redentor", Alessandro VI, 1501, y "luz para iluminar a los penitentes" (Julio II) 1506. En nuestros días, Juan Pablo II, haciéndose eco de sus predecesores, nos define a Francisco como "testigo auténtico del Evangelio, en la humildad, en la sencillez y en la caridad."
Francisco de Paula sigue vivo en sus hijos y su mensaje perdura en el transcurso del tiempo. Es nuestro deseo penetrar más profundamente la riqueza de su carisma y poderlo transmitir con integridad y entusiasmo al mundo que nos rodea, que como en tiempo de San Francisco, está sediento de Dios y de su Verdad.
Francisco de Paula,
gracias por tu respuesta a Dios.
ayúdanos a ser como tú
y a pasar por este mundo
como verdaderos testigos del Evangelio.
Sor Rocío González de la Aleja
Convento de Daimiel
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