Fundador: San Francisco de Paula
Impresiones
 Ante San Francisco de Paula
           
Las expresiones que siguen nacen de corazones jóvenes: de las hijas más jóvenes de San Francisco de Paula. Nosotras no conocíamos a San Francisco de Paula. Llegamos a las puertas del monasterio conducidas... ¿de que? Tal vez sólo de la mano misteriosa de Dios, que todo ordena en vista de sus proyectos de misericordia. Conocimos a las Monjas Mínimas. Nos gustó su modo de vivir el Evangelio y la santidad. Y decidimos que valía la pena romper todos los lazos que nos ligaban al mundo para volar junto con ellas hacia los espacios infinitos del Amor. Así un día, pasamos por primera vez el sagrado recinto de la clausura.
            Desde entonces empezó a ser familiar para nosotras el rostro sereno del Fundador, y empezamos a llamarlo con el dulce apelativo de < >: nuestro Santo < > Francisco.
            ¿Qué atractivo puede ofrecer a la juventud de hoy un Santo que, después de cinco siglos, continúa  levantando la bandera de austeridad y penitencia, palabras caídas ya en desuso en nuestra época? 
            Francisco, ermitaño y solitario con dieciséis años, maestro de almas y fundador a los diecinueve, siempre conservó, hasta el final de sus días, el ímpetu juvenil de su corazón. Ya que su corazón, dirigido siempre hacia Dios, participaba de la eterna juventud del divino Espíritu, renovándose continuamente en el amor.
            Francisco, humilde Santo de Paula, mientras contemplamos con amor tu imagen curvada por el peso de los años, permítenos decirte en confianza que hoy, lo que más nos atrae de tu figura es el prodigio de tu vida austera, viril, fuerte y llena. 
            Te admiramos porque siempre has dicho la verdad; porque no has tenido miedo a los potentes de este mundo; porque no te has avergonzado nunca de Cristo y de su Evangelio; porque no te ruborizaste de tu pobreza, prefiriendo más bien la compañía de los más pobres; porque nunca has dejado de humillarte delante de todos, al fin de ganar a todos para Dios. 
            Te admiramos porque no has antepuesto a la rectitud de tu conciencia ningún respeto o conveniencia humana; porque el Evangelio se hizo vida en tu vida, mientras tus labios anunciaban la verdad que vivías.
            Te admiramos porque, si fuiste capaz de todo esto, fue porque hasta el final de tus noventa y un años, tu corazón bebió juventud eterna en el Corazón del divino Redentor, cuyo Amor era el único objeto de todas tus ansiedades. 
            Francisco, amigo y testigo fiel delante de los hombres de la pasión de Cristo, permítenos de decirte que eres para nosotras un ejemplo vivo de aquella santa coherencia, de la que tanto necesita la Iglesia y el mundo de hoy, y que tanto nos inculca, por boca de su Vicario, el mismo Jesús.
            Y ya que tu ejemplo sigue siendo un estímulo para nosotras, tus jóvenes hijas, a renovar nuestra vida con una fidelidad cada vez mayor a las exigencias del Evangelio, por eso te queremos imitar, Mínimas sobre tus huellas, orgullosas de ceñirnos cada día tu hábito y cordón.  
            Quisiéramos poner a tus pies nuestro deseo de ser tus hijas fieles.
            ¡Nada nos hará retroceder, con tu apoyo!
            Frente al mundo de hoy, que se quema en ambiciones y rencores, nos sentimos seguras de aquella confianza de los humildes, que todo esperan del poder de Dios; nos sentimos libres por la penitencia y la conversión, que nos elevan por encima de todas las cosas hasta hacernos gozar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios; nos sentimos fuertes de aquella fuerza irresistible que nace de la Caridad, porque tú nos lo has enseñado.
Comunidad de Grottaferrata