Un camino de libertad
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Un camino de Libertad
Es maravilloso mirar hacia atrás después de un largo camino y darse cuenta como la mano del Dios nos había guiado, a veces por caminos que en cierto modo podíamos prever en la normalidad de nuestra vida; otras veces, en cambio, por caminos totalmente desconocidos y que nunca habríamos podido imaginar ni esperar, pero que nos han ido acercando a Dios, y nos han llevado a realizar así aquel proyecto de amor que Él tenía preparado para nosotros desde la eternidad. En efecto, cuando Jesús toma el timón de nuestra vida, lo importante es dejarse conducir. Él es el timonel. Cuando se hace presente, todo cambia, todo gira a 180 grados, nada es ya lo mismo, todo se renueva. La vida adquiere un sentido: Él. Con Él podemos todo. Sin Él nada merece la pena. Él es nuestra fuerza. Si fuera posible describir con palabras la experiencia de una vida, podría decir: esto me ha ocurrido a mí en el momento en que he sentido fuerte la llamada radical del Señor a seguirle, a dejarlo todo y entregarme para siempre a Él. Mi vida transcurría con la normalidad de toda vida: trabajo, estudio, grupos parroquiales, etcétera En lo profundo del corazón había un ansia de plenitud y radicalidad, pero lo consideraba también propio de mi edad juvenil. No obstante, lo que hacía no lograba satisfacerme. Deseaba algo más, pero ni yo misma sabía lo que era. Y fue precisamente en este tiempo cuando sentí la llamada del Señor a dejarlo todo y a seguirle. Experimentaba la urgencia en responderle, pero no sabía ni cómo ni dónde; eso sí, habría de ser algo de radical. Cuando por primera vez oí esta definición de Francisco: "San Francisco de Paula, un contestatario de su tiempo", no me parecía, al menos en un primer momento, que esta definición pudiera serle atribuida a un joven que se aparta del mundo para vivir en un desierto, en continua oración. Me preguntaba: ¿qué hacía? ¿De qué modo contestaba? Porque también yo quería dar una respuesta a todo lo que veía a mi alrededor y no compartía porque no me parecía conforme al mensaje de Jesús. La respuesta a Dios del ermitaño de Paula ha sido por mí una gran luz que ha iluminado mi camino de discernimiento y me ha aclarado muchas cosas. Él, para oponerse a la sociedad de su tiempo que no le satisfacía, porque en su corazón había un ansia de infinito, de amor, de los verdaderos valores de la vida y de la paz, lo dejó todo para ser únicamente de Dios. Veía realizado en Francisco lo que era el ideal de mi corazón: el deseo de una donación total, la búsqueda incesante de la verdad, el ser en este mundo signo del Reino que Cristo ha venido a traernos; y todo esto vivido en Dios de modo escondido, pero presente en medio del mundo con la oración y la penitencia. Y aunque pueda parecer extraño, ha sido precisamente su vida de penitente, en la austeridad, en la pobreza y en el silencio, lo que me ha atraído irresistiblemente; esta vida marcada intensamente por el sentido penitencial que tiende a cambiar el corazón para ser criatura nueva, porque solamente el hombre nuevo puede crear un mundo nuevo. Y también la penitencia para Francisco fue el medio más eficaz para alcanzar la libertad, la verdadera Libertad: ser libre del pecado para vivir mejor para Cristo. Es ésta la libertad que Cristo ha venido a traernos, escogiendo no un camino fácil sino el camino estrecho de la cruz. En esta perspectiva la penitencia ha adquirido para mí un sentido completamente particular y fascinador. En efecto, primero yo misma, como cristiana, practicaba a veces estos ejercicios, pero solamente por tradición. En cambio, después, considerando las que fueron prácticas externas sin ningún sentido para mí, tampoco humano, desde el punto de vista de S. Francisco, comenzaron a aparecer ante mis ojos como un camino de liberación, que conduce a la verdadera libertad de los hijos de Dios. No se trataba, por tanto, de una cosa externa al hombre, sino que le ayudaba a alcanzar la misma raíz de su ser para convertirse. Un camino que nos despoja del hombre viejo, destruye las cadenas del pecado que nos atan y nos hace realmente libres para amar a Dios y también a los hermanos sin sombra de egoísmo, sino en una donación total. Esta forma de entender la penitencia, Francisco de Paula la ha dejado escrita en su regla "suave y santa", en la cual todas las prácticas ascéticas de los Mínimos, tienen un profundo sentido penitencial. Nos conducen a la humildad y de ésta a la plena libertad, haciéndonos capaces de llevar nuestra cruz de cada día e ir detrás del Maestro. Y ha sido con motivo de este horizonte tan amplio que se abría ante mi mirada, por lo que me he sentido impulsada a querer también yo formar parte de la Familia Mínima respondiendo de este modo a la llamada sobrecogedora de Jesús: ser su discípula en la escuela del penitente San Francisco de Paula, y encontrar, por lo tanto, en este género de vida la felicidad y la libertad que me da el vivir la unión continua con Dios en la oración y en la penitencia.
R.N.
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