OFRECIMIENTO COTIDIANO A JESÚS CRUCIFICADO.
Vos sois, Dios mío, para mí todas las cosas.
¡Oh amado Jesús mío! Todo lo áspero y trabajoso quiero para mí y todo lo dulce y sabroso para Ti. ¡Oh cuán dulce serán para mí las cruces y espinas pisadas primero por Vos mi sumo Bien, y regadas con vuestra sangre!
¡Oh cuán dulce será para mí la memoria de tu presencia aunque te escondas!.
No dilates mucho el día feliz de mi crucifixión, pues que con ansias grandes lo espero.
¡Oh Amado mío! ¡Qué tarde se me hace no poder ya extender mis manos y mis pies en la santa cruz, en la que se encierra mi salud y vida eterna!
¿A dónde están, Señor y Dios mío, los escabrosos caminos que vi y que mostrasteis había de poner los pies en ellos? ¡Oh si hallase quién me los mostrase más de cerca!
Muera yo viviendo, y viva ya sin vida; nada quiero sin Ti, y nada de esto para mí.
¡Oh felicidad mía eterna, cuándo será que mi corazón sea una llama de amor!
¡Oh si pudiese llegar a tener las cualidades de la misteriosa Zarza, me pondría a tu real presencia para arder noche y día, y quisiera permanecer en ella hasta la consumación do los siglos!
Conviértanse, Dios mío, mis sangres y demás sustancias del cuerpo en bálsamo el más exquisito y goteando éste en la lámpara de vuestro tabernáculo, tenga la feliz suerte de llegar a ser víctima de amor.
Venid, venid castísimo Amor mío, y tomándome con vuestras sagradas manos introducidme en lo más íntimo de vuestro dulcísimo Corazón, y como celestial Maestro instruidme en la ciencia del amor. Sí, Jesús mío; aprenda yo en aquel Santuario a ser mansa y humilde como Vos; obediente y pobre como Vos; resignada y paciente como Vos; llena de caridad y mortificación como Vos; para que así viva de Vos, muera con Vos, y goce de Vos, si así lo queréis Vos.
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