En el V Centenario de la muerte de san Francisco de Paula, me dirijo a Vd. y a los hijos e hijas de la Orden de los Mínimos - Frailes, Monjas y Terciarios laicos - como también a todos los devotos del Santo para celebrar junto a ustedes el amor de Dios, que en San Francisco de Paula ha donado a la Iglesia un gran testigo del Evangelio y un promotor de la escuela de espiritualidad basada sobre la penitencia cuaresmal. La rápida difusión en toda la Iglesia de la devoción hacia Francisco de Paula es un signo elocuente de la autenticidad de su carisma. Mis Predecesores han exaltado repetidamente la grandeza de su santidad y el designio providencial de Dios, que lo llamó en aquella difícil e importante fase de la Iglesia, en el paso de la edad media a la edad moderna, y han subrayado la fuerza de su espiritualidad penitencial, definiendo su programa y su propuesta de vida como "luz que ilumina a los penitentes" (Papa Julio II).
Haciendo mía esta valoración, exhorto a celebrar el Centenario, no sólo en la perspectiva de la memoria, sino sobre todo en la de reemprender un camino y relanzar una propuesta de vida. Como hijos y herederos de tan gran Fundador, los Mínimos tienen en la Iglesia la misión de mantener viva la invitación a la penitencia, con la que Jesús comenzó su predicación, en continuidad con la del Precursor, San Juan Bautista. Incluso antes de anunciar los grandes contenidos de la Buena Noticia, Cristo puso como condición, para entrar en el Reino, la conversión del corazón. Fiel a tal llamada, la Iglesia, cada vez que siente la necesidad de renovarse, parte de la penitencia como aspecto fundante y primordial de su anuncio. De la conversión interior, en efecto, procede todo cambio, porque la penitencia evangélica toca el corazón del hombre y decide la suerte de cualquier otra acción reformadora. Los Mínimos sean, por tanto, los primeros en la fidelidad al empeño de la mayor penitencia y en el amor a la vida cuaresmal que profesan, (cfr Regla, cap. II), serán así "obreros idóneos y generosos en el campo de la mies del Señor", (Papa Julio II). Ninguna puesta al día o adaptación a los cambios históricos ha de inducir a abandonar esta fidelidad. San Francisco de Paula también diría hoy: "A quien ama a Dios, todo es posible".
En la óptica de la primacía del amor de Dios, es donde estamos llamados a orientar la vida espiritual y el empeño pastoral en la Iglesia, siempre necesitada de verdaderos testigos de Dios. La vida de San Francisco de Paula estuvo marcada por un profundo amor a la oración, por el deseo de soledad para entrar en coloquio con Dios, por la relativización de todas las cosas, incluso de lo necesario para la vida, para afirmar a Dios y la prioridad de su Reino. ¿No es así como debe ser interpretada su experiencia eremítica en la "gruta", experiencia que marcó profundamente su espiritualidad, tanto como para inducirlo a buscar, dondequiera que fuese, espacios de soledad para alimentar su vida contemplativa? La penitencia lo hizo hombre libre para tender hacia Dios.
También los Mínimos, en fuerza de su vocación, tienen la responsabilidad de testimoniar la necesidad de la oración y el silencio interior para consentir la unión con Dios. Cultiven, por tanto, el "studium orationis" (Regla cap. VIII), según la exhortación de San Francisco. En sus casas se cultive la "búsqueda de Dios", que ha sido para tantos hermanos camino seguro de santidad. Siguiendo con empeño los ritmos de la vida conventual, hablen el lenguaje del silencio, del recogimiento, de la oración. Ayuden a cuantos se ponen en contacto con ellos a descubrir la oración, fuerza de los justos, (cfr St 5,16), que "como un fiel mensajero, cumple su mandato y llega allá donde no puede llegar la carne", (Regla, cap. VIII). Sean para todos maestros de recogimiento, de meditación sobre la Sagrada Escritura y de oración. En este V Centenario los fieles tienen que ser ayudados a venerar de este modo a San Francisco de Paula, eligiéndolo como maestro de vida, que llama a las exigencias del espíritu.
Según estas exigencias, el Taumaturgo de Calabria ha orientado toda su vida, demostrando, como es propio en la vocación de todo consagrado, que el mundo sólo puede ser salvado con el espíritu de las Bienaventuranzas. Es así como tenemos que leer su ascetismo, vivido según el ejemplo de los antiguos Padres del desierto. No al azar, él fue comparado con san Juan Bautista. La ascesis es necesaria para la vida cristiana, porque el camino espiritual es obstaculizado por el atractivo de los bienes temporales, que tratan de prevalecer. El cristiano necesita mantener siempre viva la conciencia de usar las cosas del mundo con desprendimiento, como si no le pertenecieran, porque no tenemos aquí una morada permanente, (cfr Ef 13, 14), sino que somos extranjeros y peregrinos al servicio del Señor, (cfr 1P 2, 11). En fuerza de su vocación penitencial y cuaresmal, los hijos de san Francisco de Paula recuerden a los hermanos de fe que los bienes del mundo, no obstante sean necesarios para construir las realidades del mundo, pueden sobrecargar el corazón y acabar por impedirnos usar de ellos con justicia y con respeto, en la óptica del servicio y del amor. Los Frailes y las Monjas, por tanto, como también los laicos Terciarios, cultiven con amor la ascesis enseñada por el Fundador. La misma Orden, por lo demás, renovando las Constituciones, ha querido recordar que su propia espiritualidad hunde las raíces en la de los Padres del desierto, (cfr Cost. art. 4). En la medida en que los Mínimos se mantengan fieles al espíritu de los orígenes, serán signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo, sobre todo para los hermanos más necesitados.
San Francisco de Paula siempre ha defendido la causa de los pobres y de los marginados. La devoción popular de todos los tiempos hacia él, se ha desarrollado en gran parte precisamente entre las clases sociales más pobres, testimoniando así cuanto él los ha amado y ayudado. Por esta razón los Obispos italianos, hace unos años, lo definieron como “el Santo de la caridad social". Componente esencial de la espiritualidad cuaresmal es la caridad fraterna. La ascesis, en efecto, si por una parte educa el espíritu a ser fuerte en el combate espiritual, por otra parte ensancha el corazón a la caridad hacia los pobres. Celebrando el recuerdo de la muerte del Fundador, sus hijos son llamados a reapropiarse esta dimensión de su espiritualidad y a volver a partir con entusiasmo nuevo, sensibles a las necesidades de los pobres de hoy, como lo fue san Francisco. Ellos no dejarán de aprovechar la gran experiencia de la Iglesia, considerando, sobre todo, las nuevas pobrezas. De modo particular, sabrán imitar en el Fundador el estilo de acogida y la compasión con las que él se acercó a las necesidades de cuantos recurrían a él. Que este V Centenario pueda impulsar al pueblo cristiano, que tanto admira a San Francisco de Paula, hacia los grandes valores evangélicos, orientando a cada uno a un conocimiento cada vez más profundo de Jesucristo y a un seguimiento generoso de El, acogido y amado como "Camino, Verdad, Vida" . En esta perspectiva, las anuales fiestas populares que se celebran en honor de san Francisco sean ocasión propicia para continuar el esfuerzo de la nueva evangelización, emprendido por la Iglesia.
Mi augurio, en este histórico aniversario, es que la Orden de los Mínimos saque de estas celebraciones cinco veces centenarias, renovado impulso para volver a partir con entusiasmo en el empeño de fidelidad a Dios y a la Iglesia, según su típica vocación. Que los Frailes, las Monjas y los Terciarios laicos sepan mirar al futuro con esperanza y continuar en su camino, sin buscar en ningún otro lugar mensajes para un empeño iluminado, ya que éstos se encuentran ya en sus tradiciones, en el tesoro espiritual que les ha dejado en herencia el Fundador. A lo largo de los quinientos años que nos separan de la muerte de San Francisco, muchos hermanos y hermanas de la Orden han testimoniado con fidelidad el valor del carisma que por su medio el Espíritu Santo ha donado a la Iglesia. Hace falta volver a partir con el mismo impulso de fidelidad que animaba a los religiosos que rodeaban a San Francisco de Paula en el lecho de muerte. Ellos fueron conscientes de recoger un testamento inestimable que debían hacer fructificar en el Iglesia. Que también sus hijos de hoy sepan imitar su ejemplo. Desde el cielo San Francisco los bendice e intercede por todos ellos.
Con estos sentimientos, mientras aseguro un especial recuerdo en la oración, envío a Vd, Reverendísimo Padre, y a toda la Familia espiritual de los Mínimos una afectuosa Bendición Apostólica.
Benedictus PP XVI (firmado)
Vaticano, 27 de marzo del 2007