BENDICION DE NUESTRA IGLESIA LUMBANG, 13 de Julio del 2009
“!Que grande es tu nombre, oh Dios, en toda la tierra!”
Es bueno darte siempre gracias, Señor, pero ahora es nuestro deber hacerlo porque nos has dado la oportunidad de ser testigos de la consagración de otro nuevo templo donde Tu habitas, un lugar sagrado donde eres alabado y donde podemos ofrecernos a ti, unidos al Sacrificio de tu Hijo Jesucristo. Un lugar sagrado donde, nosotras, como monjas, levantamos nuestras manos en oración intercesora por nuestros hermanos y hermanas.
“Abrir un nuevo lugar sagrado para Dios’ fue una de las consignas que nos encomendaros nuestras Hermanas de España cuando en aquel 1999, nos enviaron a la Iglesia filipinas para hacer una nueva fundación. Dios puso en el corazón de nuestra Comunidad ese deseo y después de diez años ha llegado a ser una realidad; la tímida respuesta a las inspiraciones del Espíritu ha producido una abundante cosecha.
Vinimos con la inseguridad de aquellos que deben afrontar cosas desconocidas y quedamos agradablemente sorprendidas por la calurosa acogida de, en aquellos dias, Monseñor Gaudencio Rosales.
Tenemos grabado en la memoria nuestros comienzos. Cada día, Señor, nos sentimos acariciadas por tu amor a través de las personas y de las circunstancias que nos hacían entrever que te complacía el que estuviéramos aquí. Y como signo de tu aprobación, nos bendeciste con nuevas hermanas que se unían a nosotras en nuestros primeros pasos. Poco a poco nuestra pequeña Comunidad creció y se hizo mas fuerte, no importaba si el casa en donde habitábamos era pequeña o no reunía las condiciones necesarias para nuestra vida de monjas, vivíamos siempre felices, arropadas con las maravillosas huellas de tu presencia divina y eso nos bastaba. En esa atmósfera humana y espiritual crecimos.
Y hoy, 13 de Julio del 2009, ha sido la fecha escogida por ti desde toda la eternidad para que fuese bendecido otro templo donde eres alabado. Aquí las voces del pueblo cristiano se elevan juntas unidas a la voz de la Madre Iglesia para cantar tus glorias. Aquí el Supremo Sacrificio e tu amor redentor, la Santa Misa, es ofrecida cada día. Aquí nuestra oración intercesora de Comunidad de monjas, es ofrecida en nombre de todos los hombres y mujeres del mundo. A Ti te presentamos sus alegrías y dolores, sus esperanzas y proyectos para que sean transformados en su gracia. Llénanos de tu Misericordia, Señor, para que nunca falta en este lugar la presencia de una comunidad contemplativa que ofrece su vida en unión con Cristo para la salvación del mundo. En tu amor, Señor, te pedimos una bendición especial para nuestro arzobispo, Ramón Arguelles y todos sus proyectos pastorales para la iglesia local. Envíale tu Espíritu llenándole con don de la sabiduría y la fortaleza. Prémiale su cariño paternal hacia nosotras.
Bendice a nuestros sacerdotes- por ellos ofrecemos nuestras vidas-, nuestro hermanaos y hermanas consagradas, religiosos y seglares. Protégelos con tu tierno amor. Tú nos ha dado el don de su amistad a lo largo de estos diez años y les debemos muchas cosas. Prémiales y escúchanos cuando te hablamos de ellos en nuestra oración.. Muchos de ellos nos están acompañando aquí en este día y muchos otros se encuentra lejos en la distancia. A todos ellos pertenece esta fundación. No habría tiempo suficiente para nombrarlos a todos, pero tu bien sabes, Señor que llevamos a cada uno en el corazón
Permítenos tan solo, que te pidamos una bendición especial para todos los miembros de la familia Pasia. Ellos han hecho posible la existencia de esta iglesia compartiendo con nosotros su herencia. Que sigan siendo instrumentos de tu amor gratuito hacia los demás. Que el alma de “tía Julita Oligaver”, la dueña original de esta tierra, cuyo cumpleaños se celebraba precisamente en este día, reciba en el cielo la recompensa del bien que ha hecho en la tierra. Invocamos, Señor a los Ángeles y a los santos, a las almas de todos los bienaventurados para que vengan y se una a nuestra acción de gracias. Porque Tú eres digno de ser glorificado en la tierra y el cielo. Que ellos nos enseñen a alabarte, Señor, no solo con nuestras voces sino con la santidad de nuestras vidas.
¡Santo, santo, santo Dios!
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