Orar
La vida es para entregarla
La VIDA es para ENTREGARLA desde la más honda GRATUIDAD.
 
Es Dios quien se acerca a nuestras vidas, es Él quien nos sostiene y nos habita, quien inspira y guía nuestras vidas encauzando todo aquello que nos ha dado para su Gloria y salvación del mundo. El subfondo y sustrato de todo es el Amor de Dios. Y esta certeza es la que nos empuja y –de alguna manera- nos capacita para ofrecer la vida, para entregarla al servicio del Reino desde la más honda gratuidad: gratis hemos recibido, nuestra respuesta es corresponder en gratuidad.

Así lo entendió y vivió Sor Consuelo, ella percibió en su vida esa presencia amorosa de Dios. Todo, lo que se dice todo lo que ha vivido desde su decisión de ingresar en la Comunidad, ha estado guiado por El, también cuantas veces lo ha pasado mal, y en este arduo camino ella misma –con sus afirmaciones- nos descubre el temple de su actuar en conformidad con la gracia recibida:
“Me he convencido de que la paz no se consigue transigiendo con las pasiones, sino combatiéndolas con energía”.

Como ella, nosotros estamos en camino y somos conscientes de que la lucha no tiene tregua, ¡hay que permanecer a la escucha, hay que entregar la vida! porque la VIDA es para ENTREGARLA. Si sabemos escuchar, descubriremos cómo en los momentos difíciles el Señor nos madura y nos hace crecer en la fe; por muy insignificantes que nos parezcan las cosas por las que pasamos, Dios está siempre ahí ofreciéndonos su Gracia para continuar el camino con la altura que requiere una vida entregada a Él.

Ciertamente en nuestras vidas están entremezcladas la Gracia de Dios y la libertad humana; la vida entregada de Sor Consuelo es un vivo reflejo de este actuar divino en aquel que se deja modelar con abertura de corazón. No faltó la presencia amorosa de la Virgen María en su optar decididamente por Dios, en su lucha por transparentar a Dios:
“La Santísima Virgen me va concediendo la igualdad de carácter que tanto necesitaba, pedía y deseaba; el estar siempre de un mismo ánimo, a fuerza de vencimiento por la gracia de Dios”

Ante la Blancura ¿quién puede verse blanco?; cuanto más nos adentramos y ahondamos en nuestro interior, más descubrimos lo que no es Él, y consecuentemente se nos acusa –desde la hondura del corazón- con más fuerza lo que no le refleja a Él. Testigo de ello es Sor Consuelo, que no cesó en su empeño por vivir en santidad, y a quien no le arredraron sus limitaciones y cansancios, porque se mantuvo fiel a la Gracia recibida, la cual encontró acogida abierta en su corazón ardiente, dejándonos tras su paso -muy bien marcada- la maravilla de una vida entregada a Dios y a los hermanos: ¡Sí ciertamente es feliz nuestra vida. Servite Domino in laetitia!

Si podemos entregar nuestras vidas, es porque antes ALGUIEN la entregó por nosotros: ¡Jesucristo!, Él nos empuja ardientemente hacia la entrega, para que nos entreguemos con Él por la salvación de los hermanos. Sólo nos queda aceptar la invitación, como un día aceptó y secundó Sor Consuelo:
“Yo os ofrezco mi pobre corazón y todo lo poco que soy y tengo; tomad posesión de ello y dignaos asentar vuestro trono, reinar y regir totalmente en este pobre corazón para siempre, en tiempo y en eternidad, pues yo solo aspiro a daros la mayor gloria posible cumpliendo en todas las cosas vuestra santísima Voluntad y dándoos gusto en todo cuanto pueda hacer para alegraros y desagraviaros de tantas injurias como recibís”
 
Y todo esto es un Misterio que nos asombra, sí, es un Misterio y una gracia este sabernos habitados por Él y en Él unidos, algo misterioso, algo precioso, un don, ¡es el Misterio que nos envuelve a los que hoy caminamos en pos de Jesús!
 
Sor Rocío de Jesús