DESCANSO DE NUESTRO ESFUERZO
El Espíritu Santo aletea en nuestro entorno, estamos saboreando su presencia mientras anhelamos su venida. Ya lo recibimos especialmente en la Confirmación, lo recibimos continuamente mientras le invocamos pero cada Pentecostés nos trae un nuevo impulso de este Divino Espíritu.
Ahora contemplamos al Espíritu Santo como “descanso de nuestro esfuerzo”. Seguro que vemos cuanto nos esforzamos continuamente, pero un solo esfuerzo hay en la vida por el que realmente merece la pena esforzarse y es la santificación, dedicarme a la búsqueda de la salvación eterna. Todo esfuerzo que no vaya en este sentido es inútil y servirá para cansarnos, para sentirnos vacías. En cambio si nos “esforzamos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24), si nuestro esfuerzo va dirigido a buscar el Reino de Dios: “se anuncia la Buena Nueva del Reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lc, 16,16), estamos realmente en el único esfuerzo necesario que nos conducirá al “descanso eterno”.
Y nos podemos preguntar ¿hasta dónde me he de esforzar? hasta llegar a encontrarme con su descanso. Cuando hago todo aquello que Dios me pide, me esfuerzo en buscarle con total sinceridad y pongo las riendas de mi vida en sus manos y me entrego a la acción santificadora de su Espíritu, entonces el Espíritu Santo es el descanso de nuestro esfuerzo. Y con la suavidad propia de este Espíritu de amor, la santidad se transforma en gozo, en suavidad, en paz, alegría, amor, es decir, que saboreamos los frutos del Espíritu Santo y gozamos ya en esta vida de las bienaventuranzas como un preludio de vida eterna.
En el camino de la santificación hay una cosa bien cierta: se requiere nuestro esfuerzo y su gracia. Pues nosotros no podemos nada, pero se nos pide el esfuerzo para que el Espíritu Santo nos pueda santificar.
En nuestro carisma de conversión continua: “Esta forma de vida se expresa concretamente en el esfuerzo constante de la más sincera conversión a Dios” (Cons 4) y en “un esfuerzo constante de conformar la propia vida a la de Cristo, Maestro, Sacerdote y Víctima, en unión corredentora” (Cons 2) pero este esfuerzo será suave si invocamos, contemplamos y suplicamos al Espíritu Divino, descanso de nuestro esfuerzo.
San Basilio de Cesarea nos puede ayudar con sus bellas palabras sobre el Espíritu Santo:
“Hacia él se vuelve todo lo que tiene necesidad de santificación. Le desean los que viven según la virtud, como refrescados por su soplo y ayudados en orden a su propio fin natural. Capaz de perfeccionar a todos… Por medio de Él tenemos la elevación de los corazones, la guía de los débiles y la perfección de los proficientes…
Después que mediante una luz iluminadora clavamos los ojos en la belleza de Dios invisible, y a través de ella se nos eleva hasta el más qué hermoso espectáculo del Padre, allí mismo inseparablemente, se halla el Espíritu del conocimiento proporcionando en sí mismo la fuerza contemplativa a los que gustan de contemplar la verdad, no mostrándola desde fuera, sino induciendo a reconocerla en él mismo…
El camino del conocimiento de Dios va del único Espíritu, por medio del único Hijo hasta el único Padre”. (Basilio de Cesarea).
Invocamos al Espíritu Santo: Ven, Espíritu Santo, agua viva que lanza a la vida eterna: concédeme la gracia de llegar a contemplar el rostro del Padre en la vida y la alegría sin fin.
Sor Magdalena López
|