CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO
La cuaresma es un tiempo de gracia, tiempo de conversión. Escuchamos en la Palabra: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Tenemos fe, vivimos en conversión, ¿qué significa pues, la cuaresma para nosotras? Se trata de profundizar, de remover, así como la tierra debe ser arada para que fructifique la semilla y eliminar las malas hierbas, debe ser removida nuestra vida mediante la conversión interior.
Esta profunda conversión interior, significa estar dispuestas a recibir un nuevo don de Dios porque la conversión en esta tierra nunca es una meta plenamente alcanzada, la conversión es un empeño que abarca toda nuestra vida. Pero, mientras estamos en este mundo, nuestro propósito de conversión se ve constantemente amenazado por las tentaciones. El cambio de mentalidad (metanoia) consiste en el esfuerzo de asimilar los valores evangélicos en contraste con los criterios del mundo. Es necesario, pues, renovarse constantemente en el encuentro con Cristo que nos conduce a la conversión permanente.
“Convertíos y creed”. Estas palabras de Jesús, con las que comenzó su ministerio en Galilea, deben seguir resonando en nuestros oídos respondiendo con prontitud a Cristo con una conversión personal más apremiante e incisiva y, al mismo tiempo, estimulan a una fidelidad evangélica cada vez más generosa. La exhortación de Cristo a la conversión recuerda también la expresión de Pablo: "ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe" (Rm 13, 11). Ahora es el tiempo de la gracia, es el tiempo oportuno para dejarnos visitar por la ternura transformante y provocadora de Dios y tiempo oportuno para transparentar esa ternura, que hacen creíble que el Reino de Dios está cerca.
La conversión exige una transformación de la mente y del corazón, un cambio radical en el modo de pensar y de sentir, de ser y de vivir. “El espíritu de la vida cuaresmal consiste en una sincera, constante y total conversión de la mente, del corazón y de la vida a Dios” (Const 29).
Necesitamos unos ojos nuevos para ver con los ojos de Cristo, una mente nueva para pensar como El y un corazón nuevo para sentir como El. Necesitamos renovarnos interiormente despojándonos del ‘hombre viejo' para revestirnos del hombre nuevo creado a imagen de Dios para llevar una vida de santidad (Cf Ef 4, 22-24).
Convertirse significa dejar nuestros propios criterios, nuestra propia voluntad para retornar a Dios, a Jesucristo y a su Evangelio. O mejor: convertirse es dejarse encontrar por Dios en Cristo, dejarse abrazar por El, dejarse perdonar los pecados y reconciliar por Dios y buscar el apoyo en Dios. Esta es la buena noticia: Dios nos ama, nos espera: en su Hijo se acerca como Salvador. Si nos abrimos a Dios, si nos dejamos salvar por El, entonces todo cambiará en nosotros y gozaremos de los frutos del Espíritu, paz, alegría, gozo…
“Convertíos y creed”. La conversión va unida a la fe. Y san Pablo nos habla de "la fe que actúa por la caridad" (Ga 5, 6). La conversión conduce a la comunión fraterna, porque ayuda a comprender que Cristo es la cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico; mueve a la caridad, porque nos hace conscientes de que lo que hacemos a los demás, se lo hacemos a Cristo. La conversión favorece, por tanto, una vida nueva, donde el creyente ha de ser testigo de la propia fe, dando testimonio con su vida como verdadero discípulo del Señor.
Por ello, nos debemos preparar de manera especial con la lectura orante de la Sagrada Escritura para entregarnos de lleno a la oración y contemplación que junto a la penitencia contribuirá al bien espiritual de todos los hombres, ayudando así para que busquen el rostro de Dios en la vida diaria, según nuestra misión en la Iglesia.
En realidad, como nos dice el Papa en el mensaje de Cuaresma:
“Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.
Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad.
Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12)” (Mensaje de Cuaresma 2013- Te lo puedes descargar en esta página).
Que la fe nos lleve a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos concede y la caridad los haga fructificar en bien de todos.
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