LA CUARESMA: Tiempo de exigencia y de alegría
No es morir sino que es rejuvenecer. Es convertir nuestra vida en NUEVA. Iniciamos esta camino cuaresmal con deseos sinceros de conversión, iluminados por la Palabra, así como los primeros discípulos siguieron a Jesús fiándose de Él, fundándose en su Palabra: “En tu palabra, echaré las redes'". Y en su Palabra continúa nuestra andadura en la cuaresma comenzando con el signo elocuente de la imposición de la ceniza, y la exhortación a la conversión. Es la Palabra de Dios la que nos invita a la conversión y da sentido a la imposición de la ceniza: conviértete y cree en el Evangelio. Nos recuerda el inicio de la Cuaresma el grito de San Juan Bautista: Dad el fruto que pide la conversión (Mt 3,8), que es lo mismo que nos dice San Francisco de Paula cuando nos exhorta a dar frutos dignos de penitencia, ¡convertíos sinceramente! Cuánto más cerca de Dios, mayor conciencia de pecado. El pecado es ese alejarte de Dios: es ese quedarte a mitad de camino, es ese vivir sin ilusión, sin generosidad, es quejarnos de todo. Tener conciencia de pecado nos hace realmente humildes y tener ganas de cambiar. Somos pecadores y cuando uno tiene conciencia de su pecado, es más comprensivo, perdona, es más cercano a los demás, acaban las quejas y murmuraciones contra los demás. Viene a punto recordar con todos el nº 11 de nuestras Constituciones: “Estimen la vocación recibida para vivir como hermanas, unidas en fervor de caridad por amor a Dios y prometan vivirla día tras día en auténtica y constante conversión a la caridad perfecta, mediante la profesión de los consejos evangélicos comunes a la vida religiosa y del imperativo evangélico convertíos y haced frutos dignos de penitencia (Mt 3, 2.8)” La cuaresma es tiempo para acrecentar la oración, la limosna y el ayuno. Es tiempo para renovar la adhesión a Jesucristo, muerto y resucitado. Tiempo para guiarnos por el camino de una profunda y progresiva reflexión comunitaria y personal. Hemos sido llamados a vivir en la Iglesia y juntos nos preparemos para la Gran Celebración Pascual. Es tiempo de meditar, muy especialmente, la Palabra, para que ella reviva en nosotros y en la Iglesia la confianza, el valor, el deseo de testimoniar con nuestras vidas a Cristo el Señor, superando toda dificultad y desánimo. ¿Creemos sinceramente que podemos cambiar? ¿Dónde ponemos nuestra mirada? Benedicto XVI ha dicho que "es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en la potencia de su misericordia, que transforma y renueva. Y nos ha recalcado que a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto". Y el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma nos exhorta: ¡Fortalezcan sus corazones! (St, 5,8) … el pueblo de Dios tiene necesidad de renovación para no ser indiferente, para no cerrarse en sí mismo… es el deseo del Papa, abrirnos al hermano necesitado, oremos en esta cuaresma con intensidad, practiquemos el ayuno, la oración y la limosna, todos por todos. Dios nos guía. Abrámonos a su Gracia y a su Amor.
Sor Rocío de Daimiel
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