“Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”
(Mt 17, 5)
Sí, Jesús es el Amado del Padre, el Amado de mi alma, de toda vida humana. Su misterio traslucido en la transfiguración, nos debe afianzar en el camino de la conversión. Hay que bajar del Tabor a la lucha, hay que caminar, aceptar el momento de lucha y descubrir los momentos de Tabor. Coger fuerza en el Tabor para no desmayar en el Calvario. No estamos solos, nos acompaña El y nos une en la comunión de su Iglesia.
Toda nuestra vida es: un progresar en el Amor.
En esta vida tenemos que aprender a caminar como Jesús y con Jesús. No se trata de librarnos de las dificultades, de lo que nos cuesta, se trata de caminar con esas dificultades ‘a cuestas’, como Jesús llevó la Cruz.
¡Esa es la libertad de los hijos de Dios! La que Él nos ha regalado y la gran certeza cristiana.
Es Él quien nos capacita para esta superación.
Caminamos entre luces y sombras, entre el Tabor y la subida a Jerusalén, y NUNCA SERÁ LA SOMBRA MAYOR QUE LA LUZ, aunque nos parezca lo contrario. ¡Esta es nuestra fe! Y debemos irradiarla al mundo. ¿Acaso lo hemos olvidado? “La fuerza se realiza en la debilidad” ¡En nuestra debilidad, Dios obra maravillas!
OREMOS CON EL SALMISTA...ABRAMOS NUESTRO CORAZÓN A LA LUZ PARA CAMINAR EN VERDAD
Salmo 19 (18), 13-15
¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta.
Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré limpio e inocente del gran pecado.
Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, Roca mía, Redentor mío.
ORANDO EN ALTA VOZ
¡Líbrame, Señor, del gran pecado! Esta oración confiada del salmista, ha quedado grabada muy dentro de mí. Así nos decían en una reflexión: “Preserva a tu siervo de la arrogancia...del gran delito” Por eso vino el Señor humilde en la Encarnación para poner remedio al tumor de la soberbia. Ante Cristo crucificado descubro el Amor Redentor que me libra del gran pecado, y esta contemplación me afianza en la humildad>
Cuando este grito confiado sale de dentro del alma, ¡cómo cambia todo! Así, habiéndome levantado con grandes deseos de permanecer junto al Señor, he cantado desde el silencio del corazón a quien, por mí, permanece en el Sagrario.
Nos adentramos en el Misterio de la humildad, de la conversión, de la falsedad del pecado, del acecho del ‘gran pecado’, del cual no queda libre criatura alguna y nuevamente me siento agradecida, inmensamente agradecida. Hay mucho que pulir, y el Señor se encarga de iluminar el corazón abierto a su Gracia. Por eso, cuando una y otra vez escucho este mensaje de liberación, aumenta el anhelo, el deseo de secundarlo, de hacerlo vida, para avanzar, para vivir glorificando a Dios:
¡Bendice alma mía al Señor!
A ti, que has orado en este rato, te animo: haz silencio, contempla a Jesús crucificado, no pierdas de vista su ENTREGA. Contemplando su Pasión… se esfuman tantos males….
Y no olvides que JESÚS VIVE. Él cuenta contigo.
Ora desde tu interior y déjate iluminar… ¡es tan sencillo!
Te acompaño desde el silencio de mi clausura. Todas mis hermanas, también.
Monjas Mínimas de Daimiel
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