Al iniciar este caminar, hemos de puntualizar que no pretendemos presentar un estudio sobre la oración, sino sencillas pautas que ayuden a adentrarse en la intimidad con Dios, desde la verdad y para la verdad, como forma auténtica de crear sinceramente unión con Él.
Lo primero de todo ciertamente y más importante es resaltar que no es posible hacer dualidad entre oración y vida. Ambas han de ir creando una unidad.
Toda oración y relación con Dios requiere una preparación y una adecuación en la vida.
No podemos ponernos ante Dios y entrar en oración sin más, si no vamos poniéndonos en la verdad.
Para orar con espíritu mínimo, hemos de clarificar desde donde vamos a arrancar y hacia donde hemos de orientarnos a fin de ir creando y desarrollando una relación personal con Cristo Jesús que me irá haciendo más persona y me irá ayudando a asumir toda mi realidad para irla personificando.
El contacto con Dios lo he de cuidar con esmero, no solamente en el rato que estoy dirigiéndome a Él directamente, sino asidua y constante prolongándolo al hacer vida cuanto deseo y cuanto veo ante Él. Para ello, necesitamos pedirle fuerza, luz, amor, gracia.
Como ayuda a entablar ese contacto en la oración, hemos de reflexionar en cuanto nos indica el Evangelio que sin duda nos irá adentrando en su intimidad divina y en conocer su Verdad ante la cual tendremos que ir confrontando nuestra propia realidad para llevar a cabo una conversión y un constante cambio.
La primera exhortación de Jesús al presentarse en público como Mesías es un mensaje sencillo y claro: “convertíos y creed la Buena Nueva”. (Mc.1,14-15).
También Juan Bautista en Mt 3, 1-12 y en Lucas 3,1-15 nos exhorta a la conversión, a dar “dignos frutos de conversión”.
La conversión es presentada por los Evangelistas como inicio de la predicación evangélica
Al leer estas citas evangélicas vemos que Juan al ser preguntado sobre qué tienen que hacer para dar esos frutos de conversión, detalla posturas concretas sobre la vida ordinaria de cualquier persona: detalles de caridad, de justicia, de no hacer daño a nadie y de vivir en austeridad de vida.
Esta pauta de conversión y de dar dignos frutos de conversión la tendremos que tomar como compañera de nuestra existencia, mientras estemos en este mundo, porque cada día y cada hora tendremos aspectos, matices que ir cristianizando.
Para ir realizando este cambio, nos es necesario la ayuda y fuerza de Dios. Por eso, nos es imprescindible orar y pedirle esa ayuda cada día.
El ir cristianizándonos y el ir adentrándonos en la oración es una unidad que nos va unificando por dentro en libertad de cuantas cosas hay en nosotros sin ordenar evangélicamente.
El contacto de la oración con Dios nos iluminará de cuanto hemos de cambiar en nuestra vida, en nuestra relación con los demás, en nuestras responsabilidades, en nuestra familia, en nuestro trabajo, etc, etc.
Una ayuda asidua será el repetir a lo largo del día frases dirigidas a Cristo Jesús, recuerdos de su acción salvadora.